martes, 12 de septiembre de 2017

ALCORLO QUE DESAPARECIÓ TRAGADO POR LAS AGUAS



ALCORLO QUE DESAPARECIÓ TRAGADO POR LAS AGUAS
Memoria de un pueblo que fue


   En los inicios del siglo XX comenzó a proyectarse un plan de regadío en la provincia de Guadalajara, para lo cual sería necesario llevar a cabo obras en diferentes valles a fin de retener las aguas con varios embalses y pantanos que sirviesen aquel fin. Entre estos se encontraban las obras de la presa de Beleña y del pantano de Alcorlo. El estudio ya estaba cumplimentado en la primavera de 1903, llevado a cabo por: los ingenieros de esta provincia D.  José Gálvez Cañero y Alsola y D. Luis Bolonzant y el ayudante de Obras Públicas don José Antonio Martínez. La obra de Alcorlo estaba comprendida dentro del plan de obras hidráulicas del Estado, aprobadas el 25 de abril de 1902.


 ALCORLO Y EL CONGOSTO, ENTRE LA HISTORIA Y EL AGUA. EL LIBRO QUE TRAE LA MEMORIA DE PUEBLO. CONÓCELO, PULSANDO AQUÍ

   Muchos años después, para el inicio de la década de 1970, olvidadas aquellas primeras iniciativas, se retomó la idea de llevar a cabo las obras del pantano, quedando aprobadas en 1972. Previamente, el 11 de marzo de 1969, el Boletín Oficial del Estado publicaba la disposición por la que quedaba abierta la información pública sobre la construcción del pantano, anunciándose desde Guadalajara que se va a constituir una comisión para estudiar y determinar las consecuencias de dicha construcción, tanto en lo que se refiere a los naturales beneficios para una amplia zona, como para los problemas que ha de causar a los vecinos de la parte inundada.

Una calle de Alcorlo, hacía 1930

   Para el mes de junio de 1981 el pueblo de Alcorlo estaba condenado a pasar a la historia. A mediados de mes el Gobierno civil informaba que los trámites administrativos de la Ley de Expropiación Forzosa por el embalse de Alcorlo estaban notificados a los afectados y que se procedería a partir del día 26 de aquel mes, a embalsar las aguas sin limitación, efectuando el desalojo de las personas y enseres que aún permaneciesen en los inmuebles expropiados.

   Muchas personas habían abandonado el lugar, pero todavía quedaban un  buen número de vecinos que se resistían a dejar lo que habían sido sus tierras, las casas en las que habían nacido y lo que fue el solar de sus mayores. Las aguas anegaban una parte del término y comenzaban a llegar a las calles de lo que fuese la población. Mientras se levantaba el muro de contención y se derramaba hormigón a manos llenas en las antiguas cuevas del Congosto, a fin de taponar todas aquellas oquedades paleolíticas, neolíticas, o lo que fuesen,

   Por fin, en la mañana del jueves 28 de enero de 1982, casi cien años después de que se comenzase a hablar de la desaparición del pueblo de Alcorlo tragado por las aguas, las máquinas excavadoras entraron en sus calles con objeto de demoler las casas que quedaban en pie. Previamente se remitió una comunicación a la Alcaldía en funciones en la que se significaba que para el día 27 de enero se hacía imprescindible el disponer del poblado, ya que una gran parte del pueblo va a quedar por debajo de lo que van a inundar sus aguas, pensando que, en el plazo que se daba para efectuar el desalojo, la gente comprendería el problema y mediante diálogo suficiente con el Ministerio y Confederación, se llegaría a un acuerdo para desalojar.

Alcorlo, en el inicio de la demolición


   Pero los vecinos no desalojaron voluntariamente, por lo que en la mañana de ese 28,   alrededor de las nueve de la mañana comenzaron a llegar al pueblo camiones con palas excavadoras, así como numerosa Guardia civil, hasta un número próximo a los cincuenta agentes, casi tantos como vecinos quedaban. Los acompañaban funcionarios del Ministerio de Obras Públicas y de la Confederación Hidrográfica del Tajo. La demolición comenzó por la casa del Alcalde en funciones, que se encontraba rodeada por una veintena de personas.

   Unas horas después el pueblo se encontraba prácticamente demolido en unas obras que se llevaron a cabo a lo largo de todo aquel día, así como en la mañana siguiente. Las máquinas, casa por casa, fueron derribándolas hasta sus cimientos, de forma que en la tarde del 29 tan sólo quedaba en pie la iglesia y apenas media docena de casas de las sesenta que para entonces habían resistido, al igual que sus treinta vecinos. Casas que, según se decía a través del Gobierno civil y de los servicios del ministerio correspondiente, ya no eran utilizadas habitualmente, salvo los fines de semana.


   Hubo momentos de gran tensión, a pesar de que la sentencia estaba firmada y no había vuelta atrás: se había pedido a los habitantes que aún permanecían en Alcorlo reiteradamente que procedieran al desalojo (contaba el director de la Confederación del Tajo), ya que debía darse utilidad a la presa y con su presencia no se podía embalsar agua, como este desalojo voluntario no se había producido, el Ministerio dio la orden de desalojar mediante la demolición, y eso es lo que se ha hecho.

   Muchos de los vecinos habían solicitado a lo largo del tiempo quedarse en la comarca y, como había sucedido con otros lugares, que se reconstruyese el pueblo en un lugar más elevado, al que las aguas no llegasen, permitiendo que los últimos moradores se quedasen en la tierra que los vio nacer, pero aquello no se llevó a efecto:  esta reinstalación es un derecho de los habitantes del pueblo y ha sido solicitada en tiempo y forma, siguiendo instrucciones del Gobierno civil de Guadalajara dictadas en 1980, se decía entonces.

El cementerio de Alcorlo se trasladó a un cerro próximo

   Desde la Confederación no se veía mal aquella solicitud: aunque no es habitual (decían), que la realicen entre los expropiados a quienes se les abona el terreno, los bienes, casas, perjuicios indirectos, etc., de todas formas nosotros haremos todo lo posible para que se les pueda atender, si el Estado y Hacienda lo consideran…  Días después del desalojo, desde el Gobierno civil se mostraba la satisfacción de que todo se hubiese desarrollado con una aparente normalidad. Respecto a su realojamiento, decía el Gobernador: que nadie piense que les van a construir un pueblo nuevo. Aunque si estaba seguro de que la Confederación instalaría convenientemente a quienes tuviesen necesidad de ello.


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   Los vecinos de Alcorlo tuvieron que abandonar sus casas y tierras en bien de un dudoso progreso provincial; la iglesia, poco tiempo después, fue desmontada piedra a piedra para reconstruirse en otra lejana tierra. El cementerio fue llevado a los cerros próximos, la vida de sus vecinos comenzó a renacer en distintos lugares de la provincia, y de los pueblos próximos a Madrid. El nuevo Alcorlo nunca se levantó y hoy una inmensa lengua de agua nos da cuenta de que allí, bajo ellas, se levantó un pueblo que resistió los empaques de la historia a lo largo de siglos hasta que alguien, desde un ministerio, trazó la línea por la que el supuesto progreso debía de llegar, en beneficio de unos y en perjuicio de otros. Muchas promesas quedaron en el aire, también mucha lucha vecinal, muchos desacuerdos en cuanto al modo de valorar las vidas que quedaron truncadas. Demasiadas cosas que no volverán, a pesar de que el agua nos recuerde que bajo ellas discurría la línea de la carretera que orillaba, bajo un paseo de olmos, el varias veces centenario pueblo de Alcorlo que, cuando la sequía se hace dueña de la comarca, hace emerger, como esqueletos huesudos, algún que otro paredón de lo que fueron sus casas, resistiéndose a pesar del envite de las aguas, a permanecer en el olvido.

   También lo recuerdan quienes allí dieron sus primeros pasos, por San Bartolomé. Que en el pueblo, era fiesta grande.

Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria